Bicicletas plegables y ciclismo urbano

¿Al trabajo en bici?

Hasta hace un año estaba trabajando en Madrid, junto a Avenida de la Ilustración. La parada de tren más cercana, Ramón y Cajal, estaba a unos cuatro kilómetros; el metro más próximo, Peñagrande, quedaba escasamente a un kilómetro, pero desde Alcalá y con una bici al lado me resultaba más cómodo hacer todo el camino en tren que hacer tres trasbordos; nunca me he manejado demasiado bien con los autobuses en Madrid, así que ni los tuve en consideración.

Por aquel entonces no podía ir en bici al trabajo tanto como quisiera, casi todos los días tenía que ir a visitar a un cliente, o a un montaje, y rara vez el destino era el centro de Madrid: Pozuelo de Alarcón, Tres Cantos o San Sebastián de los Reyes eran más habituales, y si no quería pasar todo el día desplazándome de un lado a otro, el coche parecía la mejor solución (la moto la tuve después). Sin embargo los días que pude ir en bici no tuve ningún problema, por la mañana era un placer bajar los 4 kilómetros de Fermín Caballero casi sin pedalear, y por las tardes, salvo que hiciese un calor sofocante, subir el camino de vuelta no se hacía difícil con una marcha suave. Nunca tuve ningún problema con los coches, pese a cruzar una de las zonas con más tráfico, y además en un momento en que la M30 estaba completamente levantada para su soterramiento.

Cuando cambié a un trabajo más “de oficina” y apenas a 15 kilómetros de mi casa parecía que iba a poder disfrutar de más mañanas similares: apenas dos paradas de tren y tres kilómetros y medio separan mi casa de mi oficina. Y sin embargo se me hace muy muy complicado ir a mi trabajo en bici, ¿por qué?

Pues porque unos dos kilómetros del recorrido discurren por un polígono industrial, y si a veces parece que a los conductores les cuesta asumir la presencia de ciclistas en ciudad, puedo aseguraros que en un polígono industrial les es imposible: el polígono industrial es el reino de la “tanqueta”; los especímenes de homo empresarius y algún que otro mandril campan a sus anchas por sus dominios en sus coches sobredimensionados y sus furgonetas sin preocuparse por las normas de tráfico ni la seguridad de cualquier otra persona que se cruce en su camino; probad a cruzar un paso de cebra en un polígono industrial del Corredor del Henares (los del norte de Madrid no son lo mismo, eso son “parques empresariales”, hábitat natural de los homo erectus multinacionalensis, bastante más civilizados), al menos 5 coches estarán cerca de arrollaros, más de uno tocará el claxon y os increpará. Porque este es su terreno, aquí sólo se admiten cochazos de un mínimo de cinco metros de largo, furgonetas y camiones. Aquí ciclistas, peatones o motoristas no tienen lugar, y si se adentran el los terrenos del homo empresarius deberán asumir los riesgos que de ello se deriven.

En un polígono industrial – al menos en los del Corredor del Henares – se aparca donde se quiere, y si se imposibilita la circulación en alguna calle, mejor que mejor, tema para las risotadas a la hora de comer; jamás – repito, jamás – se señaliza una maniobra con el intermitente, ¡eso es dar pistas al enemigo!; lo más divertido de circular por un polígono industrial es que puedes llevar una trayectoria vacilante, iniciar un giro a la derecha y cambiar brúscamente tu dirección para girar a la izquierda, detenerte en mitad de la calle sin motivo aparente, y no hacerlo cuando hay un semáforo rojo, y ni siquiera tienes que mirar por el retrovisor por si viene alguien, ¡si hay alguien detrás, que te esquive!.

Por supuesto, cuando conduces por un polígono industrial y te encuentras con una bicicleta es esencial realizar la maniobra disuasoria “por aquí no vuelvas, que es mi calle”: esta divertida maniobra consiste en acelerar revolucionando mucho el motor para que su ruido intimide al enemigo mientras te acercas, pegarte lo más posible a la bicicleta – que sienta el aliento de tu motor en su nuca – , adelantar en el peor momento (cuando venga alguien de frente, cuando estés a unos metros de un semáforo cerrado, cuando no tengas visibilidad…), muy muy cerca – si consigues un roce con el retrovisor es que eres todo un experto en maniobras disuasorias -, y con grandes aspavientos. Ni que decir tiene que si quien va sobre la bicicleta es una chica, es imprescindible agasajarla con algún comentario sexista. Esta maniobra que tan alegremente se pone en práctica en los polígonos industriales es potencialmente peligrosa para la integridad física o incluso la vida del ciclista, pero… ¡Es que se ha metido en territorio de tanquetas!

Si tienes el día piadoso también puedes hacer maniobras con intención más amistosa, aunque igualmente desanimarán al ciclista si tenía intenciones de volver a pasar por tus dominios: ponerte en paralelo y silbarle la melodía de “verano azul”, cuanto más cerca y más probabilidades haya de tirarlo al suelo, mejor; gritarle “vamos, Pericooooo…” “Vamos Induráaaaaain…” O “vamos Contadooooor…”, según la edad que tengas; añadir un “guaaaapaaaa.. ¿No quieres que te lleve, que hace mucho caloooor…?”; y en verano, qué mejor que ofrecerle un trago de agua colocándole la botella en la cara e impidiéndole ver hacia dónde va a estamparse.

Una raza curiosa esta que habita los polígonos industriales. Desde luego no son una mayoría, pero son suficientes como para pensárselo antes de atravesar uno en bicicleta. Veo difícil que vaya a construirse un carril bici que comunique la estación de Torrejón con el Polígono de San Fernando (una línea recta casi perfecta), si ya es difícil encontrar redes de carril bici correctamente planteadas, teniendo en cuenta las necesidades y las posibilidades de desplazamiento de los ciudadanos, imaginad lo que puede resultar de la coordinación entre dos Ayuntamientos. Aún así, veo cada vez más valientes que se arriesgan a ir a su trabajo en bici en el polígono: será el buen tiempo, serán los precios de los carburantes, los atascos… ¿O habrá cada vez más gente que piense que desplazarse sin contaminar es importante?

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