Bicicletas plegables y ciclismo urbano

En bici plegable por los barrios de Lisboa

Fuera del casco histórico de Lisboa también hay cosas que ver, como la Torre de Belem, las grandes avenidas… Y las posibilidades de moverse en bici, así que a ello me puse.

Aunque en los barrios periféricos de Lisboa también puedes encontrarte interesantes cuestas, no llegan al nivel de inclinación de las calles del casco histórico, así que el pedaleo se hace más asequible a todo tipo de público. Además las calles son más anchas y rectas. Sin embargo, no ví en Lisboa – aunque no la recorrí palmo a palmo – carriles bici, ni he encontrado información acerca de una red de “ciclovías” en la ciudad, aunque sí parece que se proyecta la creación de un largo carril, y la puesta en marcha de medidas para facilitar y hacer más segura la circulación en bicicleta en Lisboa.

Dado el caracter que he percibido en el conductor portugués, creo que estas medidas son muy necesarias. Uno de los principales motivos por los que circular en bici en Madrid es algo peligroso se ve exacerbado al máximo en Portugal: los conductores no tienen ningún hábito de compartir sus calles con otro tipo de vehículos  – ni siquiera puedo decir que abundasen las motos, y apenas ví bicicletas – , y esto tiene dos consecuencias fatales para el ciclista urbano; en primer lugar, la falta de costumbre hace que el conductor sufra serios “despistes”, como no asegurarse mirando por el retrovisor de que no viene nadie al cambiar de carril, o fiarse de su oído para saber si algún vehículo le espera a la vuelta de la esquina o en un cruce, lo que convierte al ciclista en un vehículo “invisible” que en cualquier momento puede verse arrollado por el estupefacto conductor de un coche que ni se imaginaba que iba a colisionar con otro vehículo; en segundo lugar, algunos conductores más agresivos y territorialistas – a mí me recuerdan a los gorilas de lomo plateado – tienen serios problemas para aceptar la presencia de lo que consideran “intrusos” en su calzada, haciendo serios esfuerzos por cerrar el paso a motos y bicicletas cuando ellos se ven obligados a detenerse, o acelerando sin miramientos cuando un semáforo se pone verde, como si la bici que tienen delante no se mereciese el mismo respeto que un coche que estuviese detenido delante de ellos; la presencia de estos gorilas de lomo plateado parece casi inevitable – creo que muy pocos podríamos jurar sobre la biblia que no nos volvemos más o menos agresivos en un atasco camino del trabajo o de una reunión a las siete de la mañana – pero abundan mucho menos en lugares en los que hay una cultura de convivencia con otros usuarios.

En ciudades del norte de Europa con larga tradición ciclista el respeto a las dos ruedas es pleno: tampoco vamos a pecar de inocentes, he visto a holandeses gesticulando desesperados detras de una vacilante bicicleta. Pero la cuestión es que, por mucho que vociferen, se exalten o se molesten, se quedan detrás, sin acelerones ni adelantamientos peligrosos, ya sea por respeto, por miedo a las sanciones o por miedo al rechazo de los espectadores de la escena.

En Madrid cada vez me voy encontrando con más conductores que no sólo respetan a las dos ruedas, sino que hacen verdaderos esfuerzos por facilitarnos las cosas; sin embargo en mi ciudad, donde el núcleo duro alcalaíno se aferra a sus viejas ideas y costumbres, parece que los ciclistas urbanos aún somos esos bichos raros que estorban cuando uno coge su coche para recorrer los dos kilómetros que lo separan de su panadería de referencia; y en Barcelona, aunque todavía no he tenido ocasión de vivir en primera persona la experiencia de rodar por sus calles, parece que la actitud es aún más positiva, y que hay aún más conductores que asumen, respetan y hasta ven con gracia la presencia de ciclistas en sus calles.

En Portugal parece que los conductores no ven con gracia ni siquiera la presencia de otros conductores: adoran pegarse al coche que les precede sin hacer ni caso a las distancias de seguridad, y yo no intentaría seguir a un portugués en autopista con menos de 130CV bajo mi capó. En ciudad he visto bastantes maniobras no señalizadas, cambios de carril sin importar el hecho de que este estuviese ocupado por otro vehículo, giros a la derecha estando situado en el carril de la iquierda y similares. Así que si necesitas andar con mil ojos cuando ruedas con tu bici normalmente, en Lisboa yo diría que te harán falta unos cinco mil pares de ojos y huesos flexibles que resistan algún que otro encontronazo. Siempre que he podido he rodado sobre la acera, y he tenido la suerte de no encontrar demasiada densidad de peatones, así que más o menos me he podido defender.

No he estado tantos días en Lisboa como para poder probar la combinación de su red de transporte público con la bicicleta, pero voy a investigar las normativas al respecto para próximas visitas.

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