El socavón que destrozó mi cámara delantera

La otra noche me llevé un buen susto, pero creo que mi Roo salió peor parada. En parte fue responsabilidad mía, por exceso de confianza y despiste, pero tampoco voy a exculpar plenamente al Ayuntamiento de Alcalá de Henares, por tener en la calle una zanja de dimensiones considerables sin señalizar en una zona poco iluminada.

Me había acercado al campus para intentar hacer volar mi cometa – dicho sea de paso, sin éxito, porque en verano es casi imposible atrapar la menor brizna de aire en Alcalá – y se me hizo un poco tarde: empezaba a anochecer, no llevaba mis luces, y volvía a casa con prisa, es decir, a toda la velocidad que podía alcanzar mi bici. Creí ver a lo lejos (no soy precísamente un águila) un badén de estos que se han puesto tan de moda en las ciudades para evitar que los coches circulen demasiado rápido, y que son un auténtico fastidio cuando vas sobre cuatro ruedas, y un peligro cuando vas sobre dos. Me preparé para una buena dosis de desequilibrio, porque para mis rueditas de 20′ y mi larga barra del manillar a la rueda un badén de estos es una dura prueba, pero cuando estaba casi encima del obstáculo y sin posibilidad de esquivarlo me dí cuenta de que era una señora zanja con el tamaño preciso para que mi rueda quedase encajada dentro: me preparé para salir despedida por encima del manillar. Aún no sé muy bien cómo lo hice, pero la rueda no quedó encajada, y conseguí mantener el equilibrio. Eso sí, el encontronazo había sido tan brusco que ni los 4 Kg de presión de mi rueda delantera pudieron soportarlo, y la cámara quedó reventada.

¿Habría visto antes el socavón de haber llevado las luces de mi bici? Lo dudo: cuando es de noche, estas luces sirven sobre todo para que los coches y otros usuarios de la vía te vean a tí, pero no son una gran ayuda para mejorar tu visión. El socavón estaba en una calle iluminada pobremente con farolas bastante distantes unas de otras, sin locales comerciales luminosos alrededor… Nada.

¿Podría haber ido más despacio? Ni loca: cuando circulas por una calle de circulación rápida no puedes permitir que los coches te adelanten, o al menos no que te adelanten a mucha más velocidad de la que tú llevas; un conductor que tiene que ir muy despacio detrás de una bici es un conductor a menudo “cabreado”, nervioso, y que genera un odio desproporcionado hacia el pobre ciclista que le lleva a adelantarle en situaciones inseguras – con falta de visibilidad, o sin espacio suficiente – con el retrovisor tódo lo próximo posible a su desprotegido cuerpo, y con un sonoro acelerón que debe de querer decir “¿cómo se te ocurre venir a molestar con tu asquerosa bici a mi flamante vehículo a motor?” Así que mi recomendación si tienes que circular por la calzada de una calle larga, casi recta, sin semaforos ni rotondas que obliguen a detenerse, en la que los coches van como mínimo a 50, y casi siempre a 70 u 80, procura ir todo lo rápido que puedas.

Extraje varias conclusiones de este incidente: la primera, que mi bici es más dura de lo que parece, reventé su cámara, pero no he localizado ninguna holgura en sus cierres, ni la menor deformidad en la llanta, así que mereció la pena invertir en ella; la segunda, que tengo que ser más previsora cuando salga en bici y no quedarme por ahí de noche y sin luces, cualquier coche podría arrollarme y ni enterarse; la tercera, que el Ayuntamiento de mi ciudad es irresponsable, o está completamente alejado de la realidad.

Irresponsable porque tener la ciudad llena de zanjas y socavones mal o nada señalizados por toda la ciudad durante varios meses es una fuente de accidentes, daños físicos y daños materiales para sus ciudadanos. Desde que voy en bici y más aún desde que voy en moto presto bastante atención a todas estas trampas que cubren las calzadas de calles y carreteras, y he observado que son muchas, que nunca están señalizadas, y que siempre pasa mucho tiempo antes de que alguien se decida a cerrar la zanja que abrió, reparar el socavón o la grieta que apareció, o tener cuidado, al reasfaltar una zona, de no convertir las alcantarillas en un escalón bastante doloroso para la amortiguación de cualquier vehículo. Eso, si no pasan a formar parte permanente del paisaje de la ciudad.

Alejado de la realidad porque cada vez hay más personas que se mueven en bici o moto, y como decía más arriba, si todos estos obstáculos son un fastidio habitual para los conductores de coches y furgonetas, para los que nos movemos sobre dos ruedas son un riesgo claro. Casi prefiero pensar que quienes gestionan mi ciudad desde el Ayuntamiento viven alejados de la realidad y no son conscientes de la cantidad de puntos negros que se multiplican en su municipio, tal vez porque se mueven sobre cuatro ruedas y no los sufren tan directamente. Pensar otra cosa sería pensar que, siendo conscientes de lo que hay, prefieren invertir los mermados fondos del Ayuntamiento en poner bombillas de colores durante las fiestas antes que en mejorar el estado de las vías.

De hacerlo conscientemente, quedaría demostrado que mi Ayuntamietno está gestionado por gente obtusa y con muy poca perspectiva: quienes buscamos medios de transporte sostenible somos ciudadanos comprometidos con la calidad de vida de nuestro municipio. Porque quienes circulamos en bici por nuestra ciudad lo hacemos por una amalgama de motivos que incluyen reducir la contaminación del aire que respiramos, nosotros y los demás; reducir la aglomeración de coches y los atascos y problemas de aparcamiento que de ello se derivan; mejorar el entorno para los paseantes, los que viven en Alcalá y los que vienen de fuera a visitar su casco histórico. Hay un sinfín de motivos, egoístas y altruistas, que nos llevan a pedalear por nuestras calles, que ya es bastante arriesgado sólo por la falta de consideración o la falta de costumbre de los conductores. ¿Por qué el Ayuntamiento de una ciudad turística como Alcalá de Henares no se decide a invertir en la seguridad de unos ciudadanos que mejoran la imagen de su municipio? Sí, sí, la mejoramos: ¿a alguno de vosotros le gusta ir respirando humo, oyendo claxons y esquivando coches mientras visita una bonita ciudad universitaria? ¿Cuántos de vosotros habéis visitado una ciudad del norte de Europa y habéis quedado fascinados por el reducido número de coches y la abundancia de ciclistas?

Carreras en bici plegable: Bromptom World Championship 2008

El sector de la bicicleta hace tiempo que no pierde de vista este nuevo nicho que son las bicicletas plegables, y cacharreando por el sitio Web de la revista Bike me he encontrado con la noticia de la próxima celebración de una competición sobre bicicletas plegables, la Bromptom World Championship 2008.

El hecho de que sea una marca la que organiza el evento puede hacer recelar a algunos, y no os culpo: pese a lo tentador que me pueda parecer participar en una carrera en el Parque del Palacio de Blenheim a primeros de otoño, abierto por primera vez a los visitantes sobre dos ruedas, no puedo participar en la carrera porque mi bici plegable no es una Brompton. Pero tampoco podemos culparles: una empresa tiene que vivir de algo, y una empresa dedicada a un negocio tan específico como la fabricación de bicicletas plegables tiene que sacar el máximo partido de sus fans. Esta carrera no sólo les sirve para hacer ruido y atraerse nuevos adeptos, sino para convencer a quienes ya circulan sobre una de sus bicicletas de lo oportuno de su decisión.

El sitio oficial aclara que esto no es una concentración, sino una carrera seria en la que se medirán los tiempos de los participantes y habrá premios para varias categorías. El hecho de que se premie al corredor mejor vestido es bastante chocante, pero tiene todo su sentido cuando se trata de promocionar una bicicleta para uso urbano. El uso de una bicicleta plegable en tu trabajo diario da para otra entrada, baste decir que este premio es la prueba de que se puede rodar rápido y “trajeado” sin consecuencias “terribles”. ¡Qué gran público objetivo el que formamos los ejecutivos que necesitamos movernos con agilidad y estamos dispuestos a invertir en nuestra imagen de cara a los clientes!

En cualquier caso, todas estas iniciativas son positivas para los ciclistas urbanos: cuanta más gente se anime a moverse por ciudad en bicicleta, menores niveles de contaminación soportaremos; también podremos circular con mayor seguridad si el tráfico se habitúa a nuestra presencia. Además, el concepto de bicicleta plegable me resulta tan atractivo que no consigo albergar ninguna animadversión hacia una empresa que se dedica a diseñarlas y construirlas. Así que, aunque sólo sea por el placer de visitar Inglaterra en otoño, y de ver a tanta gente sobre una plegable, puede que me acerque a pasear a mi bici de la competencia por Blenheim el próximo Septiembre.

Las imágenes de la edición de 2007 que se celebró en Barcelona no me desaniman en absoluto.

httpv://www.youtube.com/watch?v=lkIpQcOhN7g

Calidad ambiental y ciclismo urbano

Las emisiones de los motores son la base del ozono troposférico
Las emisiones de los motores son la base del ozono troposférico

Esta semana he estado saliendo a montar un rato todas las tardes. Está haciendo bastante calor, pero eso no es nada a lo que un ciclista aficionado y con cierto entrenamiento no esté acostumbrado. Sin embargo una de estas tardes llegué a mi casa exhausta, taquicárdica y con serios mareos. Me sorprendí un poco, aunque un mal día lo tiene cualquiera, pero entonces recordé las múltiples alertas por ozono que habíamos tenido veranos anteriores y empecé a atar cabos.

Buscando información sobre los efectos del ozono en la práctica deportiva he aprendido que el ozono es un potente oxidante que actúa sobre las células pulmonares del mismo modo que el sol sobre la piel, y que una exposición frecuente y continuada puede acabar provocando enfermedades respiratorias crónicas. Ante concentraciones elevadas de ozono (a partir de 240 gr/m3) se recomienda minimizar la actividad física para evitar exponer en exceso nuestras vías respiratoiras.

También descubrí un sitio Web bastante práctico para los que nos movemos sobre dos ruedas en Madrid, en una de sus páginas podemos conseguir información acerca de la calidad del aire en cualquiera de las más de 50 estaciones de medición que están distribuidas por toda la Comunidad, y os recomiendo, si os disponéis a hacer un largo trayecto o a salir de excursión, que lo consultéis antes, porque la calidad del aire puede hacer que un agradable paseo termine en un sofocón bastante serio. Aunque los niveles de Ozono en los que se debe dar alerta son de 240, a partir de 50 ya puede afectar a enfermos de asma y a partir de 101 no se debería practicar deporte de manera intensiva. El día que mi habitual vuelta en bici me provocó mareos y problemas respiratorios serios la concentración era de 105.

Descubrí varias noticias según las cuales Alcalá de Henares es uno de los siete municipios de la Comunidad con peor calidad ambiental. Así que mi ciudad, que yo creía perfecta en todos los aspectos para desplazarse en bici, no lo es tanto, o al menos en verano. Pero esto no es motivo para dejar de pedalear por Alcalá, al contrario, es un motivo para seguir haciéndolo y animar a otros a unirse a los que buscamos medios de transporte más sostenibles: las altas concentraciones de Ozono en el aire no son resultado de otra cosa que las emisiones de dióxido nitroso, que en su mayor parte provienen del tráfico motorizado, que en ciertas condiciones de temperatura e incidencia solar, reaccionan transformándose en O3. Desplazar tus actividades deportivas a parques y reservas naturales no sirve de mucho, porque de hecho las mayores concentraciones de ozono se han dado en lugares como la Casa de Campo, el Parque Juan Carlos I y otros lugares en los que la presencia de árboles y la ausencia de coches deberían garantizar una mejor calidad ambiental; al contrario, lo que sucede es que, una vez generado, el mismo dióxido nitroso que reacciona y origina el O3 lo destruye, así que cuando el aire desplaza las masas de aire contaminado a espacios naturales el ozono permanece en ellos, mientras que en lugares con más tráfico se destruye. En mi caso suelo entrenar en el Parque Natural de los Cerros de Alcalá, una zona de pinar cruzada por pistas y senderos y bastante alejada de las zonas de mayor tráfico rodado de Alcalá. Sin embargo, tampoco allí se está libre de exponer los pulmones a altas concentraciones de Ozono.

Por una mejor calidad ambiental para todos, sigue pedaleando… Pero vigila los niveles de Ozono, no vayas a lesionar gravemente tus pulmones.

Convivir con una bici plegable

Como ya he comentado en algún otro post, mi piso no es ningún palacete, así que convivir con dos bicis además del resto de aparataje que cualquier mortal acumula en casa puede ser todo un reto.

Seguro que tienes algún rincón en que guardar tu bici
Seguro que tienes algún rincón en que guardar tu bici

Una bicicleta plegable representa muchas ventajas en este sentido, porque cabe prácticamente en cualquier sitio. Puedes consultar las medidas de tu bici una vez plegada en el sitio Web de cualquier fabricante, pero para que te hagas a la idea… Es un bulto similar al que formarían 3 o 4 cajas de zapatos apiladas. Así que tu bici puede quedarse en el pasillo de entrada, debajo de la encimera de la cocina, detrás de un sofá, en cualquiera de los múltiples rincones desaprovechados que tiene una casa, en un armario ropero, junto a la estantería del salón, en el hueco que queda bajo el lavabo… Yo la guardo debajo de mi bici de montaña, que tengo colgada en una pared. Plegada, mi Roo cabe perfectamente en el hueco que queda bajo su “hermana mayor” suspendida de la pared, y no me roba ni un milímetro más de espacio.

Si, como yo, además de tu bici plegable sabes lo que es vivir con una bicicleta “normal”, hay otros aspectos de la convivencia con una plegable que agradecerás, y es todo lo relativo al mantenimiento. Hace dos años era un poco más complicado encontrar recambios para una plegable, pero ahora que se han convertido en un producto de gran consumo e IKEA e incluso Alcampo se han lanzado a la venta de bicicletas plegables, puedes encontrar las piezas que necesites en casi en cualquier lugar, o encargarlas en tu tienda del barrio sin que te miren con los ojos como platos. Pese a las dificultades iniciales, no puedo quejarme porque hasta ahora nunca he necesitado cambiarle nada a mi bici.

El mantenimiento que requiere es prácticamente nulo: acostumbrada a tener que revisar la presión de mis ruedas casi cada vez que me voy de ruta de MTB, a tener que hacer ajustes en el cambio, aceitar bien cadena, piñones y platos antes de cada salida, revisar la dureza de la horquilla, cambiar pastillas de freno con bastante frecuencia… Las atenciones que ha requerido mi Roo me han parecido mínimas: en los dos años que llevamos juntas no me he acordado nunca de aceitarla, pero eso es porque nunca ha hecho ruidos quejumbrosos; sólo he tenido que ajustar los frenos una vez, al poco tiempo de tenerla, y desde entonces, ahí siguen, sin dar problemas; la presión de las ruedas, bastante elevada (a partir de 4Kg) es muy estable, rara vez he tenido que volver a inflarlas; tampoco he cambiado las cubiertas, y no he notado grandes diferencias en el agarre desde el primer día hasta hoy. En definitiva, prácticamente no le he hecho ni caso, y ella no me ha dado ni un problema. Para los menos habilidosos con la mecánica, esto es una gran ventaja, porque no tendrás que andar visitando el taller contínuamente.

En algunos bloques vivir con una bicicleta es como tener mascota… Para muchos de tus vecinos, cualquier cosa que sea diferente (y hoy en día una bicicleta lo es) es mirada con desconfianza. Siempre tendrás tres o cuatro pares de ojos pendientes de tí, dispuestos a dar la voz de alarma en el momento en que cometas cualquier error. Pues vivir con una bici plegable es casi como tener una iguana: incluso siendo más raro que tener un perro – o una bici de las de toda la vida – te ocasionará menos problemas con los vecinos. Intenta poner una bici grande sobre su rueda trasera para meterla en el ascensor, evitar manchar las paredes de barro, no golpear nada, caber tú mismo en el ascensor… Y aún así tendrás que enfrentarte a la acusadora mirada de algún vecino que tiene que esperar al siguiente ascensor porque no hay forma de que se encaje ahí dentro contigo y tu bici sin que el contacto humano llegue a ser más que incómodo. Visualiza cómo cambia la escena si entras en el portal, pliegas tu bici, la coges por el sillín, la metes en el fondo del ascensor cómodamente, sin riesgo de manchar otra cosa que el suelo, ni golpear nada, y aún caben en el ascensor dos personas más, incluso tres si te inclinas un poco y ocupas con tu cuerpo y tu mochila el espacio sobre la bici. Se acabaron las caras de odio de tus vecinos, en todo caso caras de sorpresa y curiosidad ante el último invento del vecino “rarito” del séptimo. Lo de rarito no lo digo por vosotros, claro, pero puedo aseguraros que en mi bloque una chica que sale a entrenar con la bici de montaña sola, o que coge su bici plegable un día de lluvia, está catalogada como “rarita” hasta el final de sus días. Y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo.

Primeras sensaciones sobre una bicicleta plegable

Si estás acostumbrado a montar en bicicletas “normales”, la primera vez que te subas a una bicicleta plegable seguramente te sentirás un poco inseguro, pero esa es una sensación que desaparece enseguida.

Sobre una plegable tu espalda permanece vertical
Sobre una plegable tu espalda permanece vertical

Lo primero que te choca es la postura: yo por ejemplo estoy acostumbrada a ir sobre bici de montaña con el sillín casi a la misma altura del manillar, para ir agachada y aprovechar al máximo la potencia de la pedalada. En una bicicleta plegable se podría decir que vas como un “Lord Inglés”, con la espalda perfectamente vertical y porte señorial. Las bicicletas plegables están pensadas para ciudad, así que no esperan que tengas que superar trialeras ni grandes pendientes: aún así, sus marchas te permiten ir bastante cómodo incluso saliendo de túneles o, en mi caso, superando la rampa del parking.

Otra sensación sorprendente sobre una bicicleta plegable es la velocidad: al verla tan pequeña no te lo esperas, pero lo cierto es que, al tener las ruedas más pequeñas, necesitas menos esfuerzo para ponerlas en movimiento. Sus siete velocidades, lo mismo que te permiten superar airoso rampas empinadas, te pueden hacer alcanzar velocidades de vértigo en el piñón más pequeño (las Dahon urbanas sólo tienen un plato, y siete piñones), y lo mismo que para ponerte en marcha, el tamaño de las ruedas te ayuda bastante a no notarlo apenas cuando bajas piñones. La sensación de velocidad se ve incrementada por el hecho de que estas dando pedales con bastante mayor frecuencia que sobre cualquier otra bicicleta.

Unión entre manillar y rueda delantera
Unión entre manillar y rueda delantera

La novedad con respecto a otras bicicletas que te hará sentir más inestable es la barra que une el manillar y la rueda. En una bicicleta normal sueles encontrarte con una potencia que desciende unos 8 cm hasta unirse con el cuadro, pero en una bici plegable esta barra se une directamente a la rueda, y la sensación de control sobre la dirección es bastante distinta: al principio tiendes a hacer oscilar la rueda de un lado a otro, y te parece que la direción es mucho más sensible a cualquiera de tus movimientos. Lo cierto es que apenas necesitas rodar unos metros para sentirte más cómodo con esta nueva disposición, y además, esa mayor “sensibilidad” de la dirección también te permite mantener mejor el equilibrio cuando tienes que ir despacio, por ejemplo, porque te has subido a la acera y no te queda más remedio que ser respetuoso con el peatón que tienes delante.

Estas son las tres cosas que más te chocarán cuando te montes por primera vez en tu bici, pero insisto en que te habituarás con bastante facilidad. Por lo demás, se llevan como cualquier bici, pedaleando e intentando disfrutar de cada metro.

Sólo debes tener en cuenta un par de pequeños inconvenientes: por un lado estas bicis, aunque son muy juguetonas y divertidas, no son aptas para subir bordillos tirando de manillar. Su geometría dificulta levantar la rueda delantera del suelo (que se puede hacer si te empeñas, pero no circulando normalmente), y sus pequeñas ruedas acusarán bastante el bache. Al bajar de un bordillo la situación es algo más sencilla, pero arriesgada: con una bicicleta con ruedas de 26′ puedes estar acostumbrado a bajar de los bordillos sin cambiar siquiera tu postura sobre la bici, son escalones pequeños y apenas pierdes la estabilidad. Pero si vas sobre una bici plegable, sus pequeñas ruedas, como te decía, van a acusar bastante la diferencia de altura, y te pueden hacer perder el equilibrio con bastante facilidad si no vas atento.

El otro inconveniente es el deslizamiento. Tal vez a los que rodáis sobre bicicleta de carretera esto no os sorprenda tanto, pero yo, acostumbrada a los tacos y la goma de mis cubiertas de montaña, me llevé un buen susto la primera vez que me ví deslizando varios metros sobre el adoquinado liso de la calle un día de lluvia: las cubiertass de una bici plegable están hechas para moverse por ciudad y para ser ligeras – o al menos no tan pesadas como unas gruesas cubiertas de montaña -, así que son lisas y bastante duras para sobrevivir a la abrasión del asfalto. Cuidado con las calles adoquinadas, las aceras y plazas lisas, y los días de lluvia.

Quiero ESA bicicleta

Elegir tu bicicleta plegable es una decisión seria: para que sea realmente práctica debes elegir una cuyo sistema de plegado sea sencillo y fiable. Ya he conocido algún caso de bicicletas plegables compradas en el momento del “boom” en tiendas no especializadas, que han acabado por dejar de ser plegables porque los engranajes se han estropeado y ya no se pueden ni mover. Además, para que un cuadro seccionado en varias partes sea tan sólido como uno entero debe contar con agarres sólidos: contrariamente a lo que pueda parecer, una ciudad está llena de baches, alcantarillas, aceras sin rebajes, socavones y demás irregularidades que someterán a la bicicleta a vibraciones y torsiones que debe resistir sin que se generen holguras en los cierres ni se doblen las piezas, o apenas podrás dar unos meses de uso a tu bici.

Estuve navegando bastante tiempo para informarme de las mejores opciones. Parece que la marca puntera en el mercado es la inglesa Brompton: su sistema de cierres es de los más cómodos y tienen una aspecto bastante sólido; además, el diseño de las bicicletas hace que sean de las que menos ocupan una vez plegadas; y si eres un “coqueto” como yo, tienen unos modelos muy llamativos, muy urbanos. Sin embargo no me decidí por una Brompton: la calidad y el diseño se pagan, y para mí, que estaba introduciéndome en el mundo de las bicis plegables, eran una opción que se me iba de precio. Ahora que soy una creyente convencida, creo que serán mi próxima elección, si es que tengo que cambiar la mía.

La otra marca puntera es Dahon, con unos precios algo más moderados, y un sistema de cierres similar al de Brompton en cuanto a sencillez de manejo y solidez en el agarre. Sus modelos, una vez plegados, también quedan bastante reducidos de tamaño, aunque no llegan a los niveles de algunas Brompton, y en lo que se refiere a diseño también tienen sus detalles y sus guiños urbanitas. Para mí estaba claro que estas iban a ser la mejor opción para empezar a pedalear por ciudad.

Sweet Pea da Dahon en varios colores
Sweet Pea de Dahon en varios colores

Entonces me encontré con otra disyuntiva… ¿Ligereza o control? Hay varios tipos de bicicletas plegables: las más pequeñas, con ruedas de 14′, las medianas, con ruedas de 20′, las grandes, con ruedas estándar de 26′, e incluso bicicletas de montaña plegables. Mi piso no es ningún palacete y convivir con mi bicicleta de montaña ya tiene sus complicaciones, así que tenía claro que no tenía mucho sentido optar por las de 26′, que incluso plegadas ocupan un espacio considerable. Por aquel entonces Dahon contaba en su colección con las Sweet Pea, bicicletas mínimas con ruedas de 14′, que estaban justo en el límite para soportar mi peso, disponibles en multitud de colores ácidos y llamativos, y especialmente ligeras, pequeñas y por tanto, fáciles de transportar. Sin embargo, la bici que yo había probado era de 20′, así que no tenía muy claro como serían mis sensaciones al conducir una de 14′.

Afortunadamente me acerqué a Ciclos Delicias – desgraciadamente su sitio web, ciclosdelicias.com, está en construcción – para comprar mi bici, y allí tenían, incluso entonces, cierta experiencia en cuanto a bicis plegables. Me preguntaron por el uso que iba a darle a la bici y me explicaron que un modelo como la Sweet Pea merece la pena si vas a moverte mucho con ella plegada y a cuestas, y tus desplazamientos a pedales iban a ser la menor parte del trayecto: su gran ventaja está en la ligereza y comodidad para el transporte, pero la conducción con una rueda tan pequeña es más inestable y sensible a las irregularidades del terreno. La Sweet Pea, pese a sus divertidos colores y su atractivo nombre, no era para mí, que tenía intención de salir del portal de mi casa montada en ella, y de ir pedaleando tan lejos como fuese posible. Así que afortunadamente mis opciones se iban reduciendo a las bicicletas de ruedas de 20′, y digo afortunadamente porque una máxima universal del marketing es que demasiada oferta mata la oferta, y yo empezaba a ser incapaz de decidirme por una u otra bicicleta.

Estuve ojeando los modelos y tuve bastante suerte, porque me encantó una Roo color champagne con el cuadro ligeramente curvo que tenían de exposición y me vendieron con bastante descuento. Mi pequeña tenía algún roce en la pintura, pero soy bastante desastre, así que ya sabía que eso no era nada comparado con lo que iba a sufrir conmigo.

La mía es como esta pero algo menos... brillante
La mía es como esta pero algo menos... brillante

Por qué una bici plegable

Ahora mismo es algo relativamente normal ver una bicicleta plegable por mi ciudad, pero hace un par de años, cuando compré la mía, mucha gente se giraba a mirar qué rayos era eso sobre lo que iba montada. Si me montaba en el tren con ella plegada, podía escuchar comentarios como “vaya leche se ha tenido que meter para dejar así la bici”.

Fue gracias a un amigo que descubrí la existencia de estas pequeñas maravillas. Ese mismo amigo me había enseñado a montar en bici ya con 21 años (anteriormente, y por falta de apoyo familiar, no había conseguido superar la etapa de los “ruedines”), pero hablábamos a menudo de lo incómodo que era moverse con una bicicleta de montaña en ciudad: más grandes y aparatosas, estábamos obligados a aparcarlas en la calle, y subirse a una acera o cruzar una plaza sobre ella nos hacía acreedores de improperios de los peatones por muy lejos que pasasemos de ellos. Viviendo en un piso, daba algo más que pereza andar subiendo y bajando la bici en el ascensor o por las escaleras, apoyada sobre una rueda y manchando las paredes – con las consiguientes miradas reprobadoras de los vecinos-.

Sin embargo, para nosotros estaba claro que, por las dimensiones y distribución urbanística de nuestra ciudad, era óptimo desplazarse en bicicleta: los enormes autobuses urbanos son extremadamente torpes maniobrando en el casco antiguo, que es el lugar al que casi siempre hay que ir para cualquier gestión, o para quedar con amigos; el coche, además de contaminar, resulta infinitamente más lento por los semáforos, rotondas y la densidad del tráfico, y aparcar en el centro a según qué horas es todo un acto de fe; andar es siempre una buena solución, pero cuando vas con prisa y mil historias apuntadas en la agenda puedes llegar a desesperarte cuando “aquí al lado” significa pasar 20 o 30 minutos de paseo.

Así que navegando por internet, haciendo búsquedas como “ciclismo urbano” o “transporte sostenible en ciudad” en varios idiomas, dimos con la que parecía la solución perfecta: bicicletas plegables, más pequeñas, más ligeras, fáciles de guardar, menos llamativas y molestas a la hora de meterlas en una cafetería o un tren… Al principio fui un poco más reacia a la novedad, conocía los socavones, baches, aceras sin rebaje (viva la accesibilidad) y demás obstáculos con los que me encontraría, y una bicicleta con un cuadro formado por varias piezas montadas mediante engranajes más o menos sólidos no me daba mucha confianza. Luis fue más decidido y apenas tardó un mes en hacerse con una bicicleta plegable.

Tan sólo tuvo que prestármela un par de veces para que me decidiese a comprar mi propia bicicleta plegable: si tenía que ir a otra ciudad, la bici cabía sin ningún problema en el maletero, podía aparcar mi coche en algún lugar no demasiado complicado, y moverme a placer para hacer mis gestiones; si me desplazaba en tren, me evitaba gran parte de las miradas resentidas del resto de viajeros; si iba a casa de algún amigo que se hubiese tenido que apañar con una “solución habitacional” modelo Pin y Pon, mi “trasto” no ocupaba la mitad de su salón; si me quedaba en Alcalá, mi ciudad, en determinados pasos más complicados o peligrosos por la calzada podía subir a la acera y compartirla con los peatones con mayor seguridad (me resulta bastante más fácil mantener el equilibrio a velocidad muy reducida sobre la bici plegable) y mejor aceptación.

En resumen, apenas un par de semanas de préstamo bastaron a una bicicleta plegable para convencerme de que son una gran opción, así que comencé el proceso de búsqueda de mi propia montura urbana.