Movilidad urbana en la prensa de hoy

El País ha publicado hoy un artículo sobre la movilidad urbana en Europa y España.
En España los principales problemas no varían:  Las medidas que se proponen o se adoptan se quedan en anécdota por la falta de continuidad, y sobre todo por la falta de coordinación entre las distintas comunidades, que hacen la guerra cada una por su lado a falten ausencia de una normativa estatal sobre movilidad.

Vivir en una ciudad preparada para el ciclismo urbano

Hace ya varios años que le doy a la bici de montaña, pero si os digo la verdad, no se me pasó por la cabeza tener una plegable hasta que pasé un par de años en Estrasburgo. Debo decir en mi descargo que antes de ir allí yo vivía en una de estas urbanizaciones enormes en las que nos movíamos en bici, pero aquello no tenía nada que ver con el ciclismo urbano.

De vuelta en España me instalé en Alcalá y echaba de menos la rapidez de los desplazamientos en bici frente a ir andando, y ni me planteaba ir en coche y tener que aparcar y hacer cola en los mini-atascos urbanos. Pero me costó un poco empezar a moverme en bici por ciudad porque echaba de menos las infraestructuras.

Tranvías, bicis, coches, peatones... Todos en las mismas calles
Tranvías, bicis, coches, peatones... Todos en las mismas calles

Estrasburgo es una ciudad con un casco histórico bellísimo por el que pasean cada día cientos de turistas. Pero los cascos históricos tienen el inconveniente de que limitan bastante la posibilidad dar cabida a nuevas infraestructuras. Sin embargo, en Estrasburgo disfruté de la convivencia de aceras para pasear, carriles bici para pedalear, calzada para conducir y raíles para los tranvías.  Gracias a esta convivencia el centro de Estrasburgo es de los menos congestionados que he visto jamás. Circulaban vehículos, pero creo que en dieciocho meses jamás ví un solo atasco. ¡Qué diferente de los centros de las ciudades españolas que conozco!

Pero esta convivencia que le parece imposible a nuestros gestores no es la única ventaja que tenía para moverme en bici en Estrasburgo. Para reducir en lo posible la congestión de las vías de entrada a la ciudad existían los Véloparcs, una cosa tan sencilla como parkings para bicicletas distribuidos en las principales estaciones de autobús y tranvía de los barrios más externos de  la ciudad. Varios de mis compañeros de clase vivían en pueblecitos a pocos kilómetros de Estrasburgo, o incluso en el extrarradio: en lugar de coger el coche y sufrir atascos de entrada en la ciudad, y sufrir para atravesar la ciudad, y sufrir para aparcar en su destino, se desplazaban en bici hasta los Véloparcs, la dejaban allí aparcada y se metían en el meollo en transporte público. Claro que existe el problema de los robos de bicicletas, pero oí de más casos de bicicletas robadas en el patio de una casa que en esos parkings, que al fin y al cabo están en zonas vigiladas.

Pero alto… He hablado de personas desplazándose de pueblos de alrededor hasta Estrasburgo en bici.. Y eso es algo que tampoco podríamos hacer aquí en España… La zona del Bajo Rihn está llena de pequeños pueblos de casas construidas en retícula de madera (o colombage) y hay rutas para visitar los mejor conservados.  En España probablemente nos plantearíamos una ruta semejante en coche, pero allí mucha gente la hace en bici: hay varios carriles paralelos a las carreteras (y no, no son el arcén de las carreteras… Están separados de ellas) que permiten desplazamientos de un pueblo a otro. Yo misma cruzaba el Rihn bastante a menudo para hacer mis compras en Kehl, el pueblo más próximo de Alemania y que tenía unos precios bastante más económicos para llenar la cesta de la compra. Aparte las implicaciones históricas que pueda tener el hecho de cruzar tranquilamente esa frontera entre antiguos búnkers y controles fronterizos, también es reseñable que existan carriles bicis que permitan salir de la ciudad y llegar a un pueblo cercano sin jugarme la vida con los coches.

Puente entre Estrasburgo y Kehl
Puente entre Estrasburgo y Kehl tomada por Jacques Mossot.

En fin, echo de menos esa ciudad por muchos motivos, y cada día – cuando giro en una rotonda y un coche decide que va a entrar sí o sí, o cuando me paro en un semáforo y se reproduce la clásica escena de acelerón y miradas retadoras… Del coche hacia la indefensa bici –  la echo de menos un poquito más.

Por qué una bici plegable

Ahora mismo es algo relativamente normal ver una bicicleta plegable por mi ciudad, pero hace un par de años, cuando compré la mía, mucha gente se giraba a mirar qué rayos era eso sobre lo que iba montada. Si me montaba en el tren con ella plegada, podía escuchar comentarios como “vaya leche se ha tenido que meter para dejar así la bici”.

Fue gracias a un amigo que descubrí la existencia de estas pequeñas maravillas. Ese mismo amigo me había enseñado a montar en bici ya con 21 años (anteriormente, y por falta de apoyo familiar, no había conseguido superar la etapa de los “ruedines”), pero hablábamos a menudo de lo incómodo que era moverse con una bicicleta de montaña en ciudad: más grandes y aparatosas, estábamos obligados a aparcarlas en la calle, y subirse a una acera o cruzar una plaza sobre ella nos hacía acreedores de improperios de los peatones por muy lejos que pasasemos de ellos. Viviendo en un piso, daba algo más que pereza andar subiendo y bajando la bici en el ascensor o por las escaleras, apoyada sobre una rueda y manchando las paredes – con las consiguientes miradas reprobadoras de los vecinos-.

Sin embargo, para nosotros estaba claro que, por las dimensiones y distribución urbanística de nuestra ciudad, era óptimo desplazarse en bicicleta: los enormes autobuses urbanos son extremadamente torpes maniobrando en el casco antiguo, que es el lugar al que casi siempre hay que ir para cualquier gestión, o para quedar con amigos; el coche, además de contaminar, resulta infinitamente más lento por los semáforos, rotondas y la densidad del tráfico, y aparcar en el centro a según qué horas es todo un acto de fe; andar es siempre una buena solución, pero cuando vas con prisa y mil historias apuntadas en la agenda puedes llegar a desesperarte cuando “aquí al lado” significa pasar 20 o 30 minutos de paseo.

Así que navegando por internet, haciendo búsquedas como “ciclismo urbano” o “transporte sostenible en ciudad” en varios idiomas, dimos con la que parecía la solución perfecta: bicicletas plegables, más pequeñas, más ligeras, fáciles de guardar, menos llamativas y molestas a la hora de meterlas en una cafetería o un tren… Al principio fui un poco más reacia a la novedad, conocía los socavones, baches, aceras sin rebaje (viva la accesibilidad) y demás obstáculos con los que me encontraría, y una bicicleta con un cuadro formado por varias piezas montadas mediante engranajes más o menos sólidos no me daba mucha confianza. Luis fue más decidido y apenas tardó un mes en hacerse con una bicicleta plegable.

Tan sólo tuvo que prestármela un par de veces para que me decidiese a comprar mi propia bicicleta plegable: si tenía que ir a otra ciudad, la bici cabía sin ningún problema en el maletero, podía aparcar mi coche en algún lugar no demasiado complicado, y moverme a placer para hacer mis gestiones; si me desplazaba en tren, me evitaba gran parte de las miradas resentidas del resto de viajeros; si iba a casa de algún amigo que se hubiese tenido que apañar con una “solución habitacional” modelo Pin y Pon, mi “trasto” no ocupaba la mitad de su salón; si me quedaba en Alcalá, mi ciudad, en determinados pasos más complicados o peligrosos por la calzada podía subir a la acera y compartirla con los peatones con mayor seguridad (me resulta bastante más fácil mantener el equilibrio a velocidad muy reducida sobre la bici plegable) y mejor aceptación.

En resumen, apenas un par de semanas de préstamo bastaron a una bicicleta plegable para convencerme de que son una gran opción, así que comencé el proceso de búsqueda de mi propia montura urbana.